En esta parte del resumen histórico de la provincia de Manabí (Ecuador) elaborado por el investigador y escritor Víctor Arias Aroca, éste traza el desenlace estertóreo de la Colonia española en tierras de lo que fue la Gran Colombia, de la que devino la República del Ecuador y subsiguientemente la creación de su provincia de Manabí.

Por Víctor Arias Aroca *

(Memorias del tamarindo)

El adelantado Vasco Núñez de Balboa no aguantaba paro. Poder y ambición lo llevaron a subir a la alta jungla y fue el primer conquistador en contemplar, desde lo alto, la majestuosa dimensión del Océano Pacifico, el reluciente día 25 de septiembre del año de nuestro señor de 1513. Los que lo vieron dicen que temblaba de emoción. Es posible que igual escalofrío haya recorrido su espalda el 15 de enero de 1519, cuando la navaja le arrancó de un tajo la cabeza.

Con el mismo ímpetu, pero con mucha más precaución, llegó a América -formando las huestes de Pizarro- un conocido nuestro que un tiempo pasó inadvertido por la historia: se llamaba Francisco Pacheco, quien recibiría más tarde la orden superior de fundar una ciudad castellana en las riberas del mar al que llamaban Pacífico, así llamado solo por un tiempo, ya que después de que el gobernador de Panamá, Pedro Arias Dávila, ordenara la muerte del gran Vasco Núñez de Balboa, el mar se volvió triste por otro tiempo igual, hasta que empezaron a llegar las noticias a través del mensajero de los dioses incas, de que al sur del Cabo Pasado había una tierra que manaba leche y miel, y que los hombres blancos y barbudos empezaron a llamar el dorado.

Y como no se había descartado la teoría de que la Tierra era una gigantesca media naranja, sostenida por cuatro elefantes que nadaban en un mar de leche, teoría que los sabios varones de Salamanca mantenían en los códices del conocimiento geográfico, y los aventureros lo daban por cierto. Los barbudos le dieron crédito y así se hicieron al mar desde el mismo peñón en que Balboa descubrió el mar que ya no era Pacífico, porque ahora era la mar del Sur, donde unos navegantes semidesnudos habían construido grandes balsas que se dirigían a vela, y que eran casas flotantes que salían desde el Puerto Viejo, desde Salango, desde Cancebí, desde San Pablo, y que volaban sobre las aguas; hasta que en plena mar del Sur, en 1525, el timonel Bartolomé Ruiz anuncia al capitán Francisco Pizarro que, allende el Sur, venía una embarcación a toda vela que se veía más grande que una carabela y que amenazaba con hundir la flota y echar al fondo del mar todos los sueños de riqueza de una reina que se había quedado triste en Castilla, porque había empeñado las joyas y la corona a un rico emir llegado de Arabia; pero ella estaba segura que iba a recuperar su oro y su poder gracias a las barbas prodigiosas de sus marineros.

Diálogo de entendimiento

Entonces, el único tripulante que sabía escribir, dentro de la nave, quien había partido de Panamá y ya había hecho una parada técnica en la Isla del Gallo, es decir el bachiller Ruiz, tomó por sí y ante sí la decisión de abrir el diálogo con los hombres de las tribus cancebíes y mediante el mecanismo de las señas e inspirados por los luceros de la noche tibia, se entendieron y evitaron por ahora que el Pacífico se convirtiera en un mar de sangre. Y tomando algunos nativos en calidad de huéspedes, Pizarro retornó a Panamá para pedir ayuda a Pedrarias, gobernador en el istmo por orden del rey.

Ya para el segundo viaje de Pizarro en su preparación de la conquista del Perú, Ruiz y el padre Vicente Valverde eran expertos en lenguas nativas y conocían plenamente la organización social de los cancebíes y otras tribus que, según se decía, pasaron a formar parte del gran imperio del sol cuyos líderes, incluido Pachacutic y el gran Túpac Yupanqui, eran descendientes directos de Viracocha, la divinidad protectora de los hijos del sol y de su imperio que ya habían constituido, al cual llamaron el Tahuantinsuyo que se extendía entre el Río Angasmayo, en Colombia, hasta el Maule, en Chile.

Pero para ellos, en su cosmogonía, el territorio no tenía fin. Aquí entra en acción el capitán Francisco Pacheco, quien ya es un navegador excelso. Ha sido formado por dos altos capitanes de la conquista, como Pizarro y Diego de Almagro, y habiendo estado junto a Pizarro y Valverde, ha aprendido mucho de esta guerra no declarada entre su reino y los indios de América. Es uno de los custodios de Atahualpa en Cajamarca, donde asistió al suplicio del gran emperador Inca el 28 de agosto de 1533, según la versión de Benjamín Carrión, y ha escuchado de la voz de una indígena de la comunidad de las zarzas que, presa del llanto y agonizando de dolor, exclamó: «anocheció en la mitad del día».

El emperador Atahualpa, joven, fuerte y hermoso según la visión de algunos, murió en la mitad de su trayectoria vital y era mucho más grande que Moctezuma, superior a Nube Roja, más grande que Jerónimo, más valiente que Caupolicán, más recio que Lautaro, más aguerrido que Toro Sentado, más fuerte que su primo Rumiñahui y más brillante que su padre Huayna Cápac.

Fundación de Portoviejo

Y en eso andaba la historia, buscando una explicación para tanto sacrilegio, cuando el valiente capitán Francisco Pacheco asiste, junto a su nuevo jefe Diego de Almagro, a quien acompaña hasta Quito, antigua capital del reino de Atahualpa, y acompaña su fundación el día 28 de agosto de 1534.

Posteriormente, junto a Sebastián de Benalcázar en la segunda fundación de Quito, el 6 de diciembre de 1534, y aparece rutilante y glorioso, mediante cédula administrativa que recibe de los más viejos conquistadores, que le entregan la orden de fundar una ciudad junto al asentamiento de Charapotó, cercano a la desembocadura del Río. Pacheco, ya convertido en guerrero de cien batallas, es fiel a la corona y siguiendo los designios del rey, y leal a su estirpe castellana, funda la Villa Nueva de San Gregorio de Portoviejo, el 12 de octubre de 1534.

Portoviejo ha resistido seguro, en 1628, la penetración salvaje del pirata Jacobo Hernita Clerk. La invasión, esa sí probable, en 1678, del pirata William Dampier, quien venía huyendo de la flota española que le agarraba los talones y, habiendo estado en Isla de la Plata, trueca al continente.

Sigue la procesión de los siglos, hasta que ya los nobles españoles, que se hicieron americanos a fuerza de los hechos pero no olvidan su linaje castellano; los criollos que son los hijos y nietos de los que llegaron de España; y los naturales que conservaron su prosapia gentil, han formado una sociedad magnífica que dejó de ser llamada como el Puerto Viejo y latinizado como Portoviejo, y ésta terminó uniéndose a la corriente emancipadora que trajeron Bolívar, Sucre y San Martín, poco después que Guayaquil había lanzado el reto al pabellón de España, según el Canto a Portoviejo.

El gran José Joaquín de Olmedo, luego del triunfo de la fragua de Vulcano, envía una epístola dirigida al señor José Antonio Vallejo, que es recibida por el sacerdote Manuel Rivadeneira quien convoca al cabildo abierto que proclama a Guayaquil independiente de España. Por eso, nueve días después de la aurora gloriosa de Guayaquil, los valientes habitantes de las comarcas cancebíes han declarado la independencia política del noble cantón de Portoviejo, cuya gesta heroica se suma a la fragua de Vulcano, es decir a la independencia de Guayaquil, con apenas unos días de diferencia. Olmedo sabe lo que va a suceder.

Nacimiento de la Provincia de Manabí

La Gran Colombia ya está en ejecución y Bolívar vendría a Guayaquil para la magna reunión con el libertador José de San Martín, en julio de 1822. Dos años más tarde, el Congreso de la Gran Colombia se pronuncia por aprobar la Ley de División Territorial. Declara provincia al territorio compuesto de tres cantones: Jipijapa, Montecristi y Portoviejo.

Debo aclarar que las provincias eran la forma de división política de un Estado. Esto es herencia de España, que se dividía en provincias. Es decir, la organización política del país de la Gran Colombia, antes de la constitución de la República del Ecuador, que se produce seis años más tarde (1830), ya consideraba a Manabí una parte integrante de la gran nación bolivariana, en mérito a la trascendencia histórica de Portoviejo, en especial.

El rol histórico de Manta

Ahora bien, junto a la noble estirpe de la antigua ciudad castellana se va desarrollando la población mestiza de Manta, compuesta mayormente por descendientes de gente de mar, llamados cholos. El Gobierno provincial de Manabí, por gestiones de Ramiro Molina y Joselías Sánchez, declara en el año 2022 la condición de provincia cholo- montubia, connotación antropológica que analizaremos más adelante en esta obra.

Del mismo modo, hemos compendiado población, movilidad, productividad, educación, transportación y niveles de inversión privada y pública, que es lo que podría explicar el sostenimiento de la provincia y su proyección histórica.

El orgullo manabita

El orgullo de los manabitas merece tratamiento aparte, porque eso es cosa seria. También hay que analizar las razones que tuvo (hay testimonios escritos, afortunadamente) el presidente Eloy Alfaro para incorporar el tren en nuestra provincia, que fue un generador de comercio y productividad hasta muy entrado el siglo XX.

La magia compartida nos ha puesto a los pueblos de Manta y Portoviejo en el mismo ferrocarril de los tiempos, estridente, gigante e impetuoso, que arranca desde el fondo de los valles de estas tierras donde dicen que fabricaron al viento los abuelos, y no va a detenerse porque el día que sus hombres y mujeres dejen de soñar y dejen de volar cometas con sus diosas umiñas dibujadas, con sus colores brillantes y quieran quitarnos el fuego de las locomotoras que impulsa el torbellino de los años, y el sabor de mango dulce con que endulzaron las abuelas nuestros amaneceres; ese día, ese mismo día, habremos sepultado la esperanza y eso no pasará porque de algún pedrusco tiene que brotar la luz, y volverán las naves a sus rutas de mar, habrá nuevas cometas en el cielo y las nuevas banderas de esperanza harán posible un mundo nuevo.

Portoviejo es el imán y su condición de capital es una herencia histórica que se mantiene con altivez de ¡reina castellana! (Espere atentamente la tercera y última parte de este resumen histórico.

* Víctor Arias Aroca es abogado de profesión y entusiasta investigador de la historia ecuatoriana. Reside en la ciudad de Manta, provincia de Manabí (Ecuador), y ocasionalmente comparte sus escritos con los lectores de REVISTA DE MANABÍ. Puede comunicarse con él a través del siguiente correo: corporacionarias@gmail.com