Una de las esculturas más desarrolladas entre la obra general de José Loor, artista manabita residente en la ciudad de Manta (Ecuador). Es, en síntesis, un homenaje al pescador marino artesanal. 

Por Víctor Arias Aroca

Se trata de un diseño estructural que vincula la fuerza del hombre a las fantasías del agua.

El mar, efectivamente, es el personaje oculto de la obra, y de manera visible se presenta el pescador a la manera de un jefe de cuadriga de la antigua Roma.

Los caballitos de mar arrastran el carruaje, que no es otro que el carruaje de los sueños.

El Señor de los mares ha logrado caminar sobre las aguas y el dominio absoluto sobre las aguas y los vientos.

El hombre es el dueño del tiempo y del silencio; el hacedor de los sueños. El mar es su amigo inseparable. Sí, porque el mar es el gran proscenio de las civilizaciones y cuna de las grandes hazañas de los hombres.

El mar que agita sus brazos invisibles acoge al soñador que se prepara para la conquista. Es, a su modo, un actor constante en la gran comedia humana que, sin el mar, se vuelve triste y se transforma en tragedia.

Troya es la grandeza del mar convertido en batalla, y se ha transmitido de palabra en palabra en el ADN de los que no se doblegan, los que no se arrodillan, los que no se someten.

Y ese es el pescador, soberbiamente interpretado por José Loor en esta obra colosal llamada El Señor de los Mares.

Obra cumbre de la cultura manabita, que evidencia un pasado marinero que de lo único que sabe es de gloria y de grandeza.