El articulista es alguien muy cercano al quehacer agropecuario ecuatoriano y analiza con propiedad la situación actual de este sector de la economía nacional, marginado frente al desarrollo urbano que despuebla el campo ante la falta de atención estatal y el quemeimportismo de la gente citadina.
Por Pedro Pablo Jijón Ochoa *
En artículos anteriores hemos analizado temas variados acerca de la actividad agropecuaria en Ecuador. Dos de los temas más preocupantes -a mi modo de pensar- es el futuro del productor agropecuario y el futuro cercano de la agroindustria.
Hemos hablado anteriormente sobre la edad promedio del productor agropecuario ecuatoriano; decíamos que fluctúa entre 60 y 70 años, cuando todavía está en actividades productivas de alto riesgo de trabajo y de alto riesgo de salud. Las personas jóvenes no quieren dedicarse a actividades agrícolas por el temor a pasar lo mismo que sus padres: trabajo duro, constantes pérdidas… Y si les va bien en los rendimientos de sus cosechas, caen en las manos rapaces de la intermediación.
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El grupo de jóvenes que no quieren estar en el campo, por lo antes citado, con visión distinta, desean disfrutar de los beneficios que pintan las ciudades, como sueldo fijo, servicios de salud, vestir de moda, y -suponen ellos- cumplir de manera segura sus sueños. Por ende el campo prontamente se quedará sin productores, quienes son guardianes de la soberanía alimentaria del mundo y proveedores de las materias primas para la industria.
Tomemos como ejemplo uno de tales productos, el maíz, que genera gran movimiento comercial en su cadena productiva. Recordemos que, según datos del INEC, el área promedio de cultivo es de 315.000 hectáreas a nivel nacional. Este producto es base principal para la industria balanceadora; por ende para la alimentación animal y sus derivados. Cuando usted se sienta junto a la mesa de su casa para cumplir algo tan simple como el acto de desayunar, leche y huevos son derivados de procedencia animal que consumieron balanceados durante su crianza.
Sin productores agropecuarios que provean materias primas para la industria y para la alimentación diaria, sería un caos de desabastecimiento y por consecuencia de hambruna.
Contábamos con excelentes vías de comunicación, proyectos multipropósitos de control de inundaciones y riego, proyectos de generación de energía limpia, comunicación por redes; todo eso abandonado durante casi siete años por un interés evidente de liquidar al sector. Tocará retomar y dar mantenimiento a estas obras de infraestructura para lograr producción agropecuaria de alto rendimiento.
El próximo Gobierno debe considerar en su plan de acción a la producción agropecuaria como sector estratégico nacional, adonde direccionar la mayor parte de la inversión en educación, salud, seguridad social, créditos productivos, incentivos, comercialización; ya que este sistema productivo es generador de divisas del extranjero, seguridad alimentaria y reserva estratégica, interna y mundial.

* Pedro Pablo Jijón Ochoa, ingeniero comercial domiciliado en la ciudad de Guayaquil (Ecuador), es el director ejecutivo de la empresa Asesoría a Organizaciones Agrícolas Productivas – ASESORAP (asesorapecuador@gmail.com). Ocasionalmente contribuye con su opinión para quienes leen REVISTA DE MANABÍ.
