El tiempo es un elemento natural eterno y sin calendario. La división en años, meses, semanas, días y horas es una invención humana para su propia funcionalidad. Y no es a causa del tiempo que la humanidad experimenta periodos buenos y malos. Estos suceden, como la historia lo prueba, principalmente por la acción u omisión de aquellos seres humanos que, al ser llamados a liderar, se arrogan potestades que nadie les ha confiado.
La historia desvela esta realidad. Desde que hay registros, la humanidad siempre ha vivido en medio de conflictos, guerras, ajustes económicos, maledicencia, corrupción, criminalidad, inequidad e injusticia. Y esto sigue igual pese a los avances científicos, tecnológicos y educativos.
De modo que la llegada del programado año 2024 solo significa eso, el inicio de un periodo establecido por la humanidad con fines de pragmatismo económico y social. Por sí solo no resuelve los problemas humanos ni va a cambiar nuestra manera de ser, que también es connatural. Es a nosotros que corresponde, con la actitud individual que tomemos, mejorar o empeorar lo que viene.
De ahí que, revertir las desventuras del momento presente -complejo, tormentoso y desesperanzador para el pueblo de la República del Ecuador- es tarea de todos los ecuatorianos. A cada uno de nosotros toca hacer lo necesario para que la situación mejore durante el año 2024.
Desde luego, como el Ecuador se rige por un Estado fundado en obligaciones y derechos colectivos, es deber de quienes dirigen y administran las instituciones que lo representan, con el presidente de la República a la cabeza, servir de guía y modelo para toda la comunidad ecuatoriana. De tal comportamiento depende el de toda la población nacional.
Como bien lo sabemos, porque lo experimentamos a diario, en los últimos años creció y se desbocó la toma de nuestro país por manos malévolas que hacen y deshacen a su conveniencia. Pero esto no es nuevo. Hoy es más pronunciado a causa del hacinamiento poblacional en los grandes núcleos urbanos, y más notorio por la enorme y diversa cantidad de medios de comunicación masiva que se hacen eco de la tragedia.
Por eso nos parece novedad el sometimiento a un sistema económico ineficaz e inequitativo, un sistema de justicia mercantilizado, un sistema educativo mediocre, unos servicios de salud precarios, y un comportamiento social arbitrario, intolerante y crispado.
Corresponsables de aquella tragedia son una Legislatura y una Administración pública plagadas de tecnócratas, oportunistas, empresarios y políticos avariciosos y sin escrúpulos.
En semejante situación, a los ecuatorianos dolidos nos corresponde, primero, exigir que nuestros mandatarios (varones y mujeres) cumplan cabalmente sus respectivas responsabilidades o que dimitan, so pena de que la ira popular los castigue con desprecio y olvido; y, segundo, vencer la desesperanza individual cumpliendo con cuidadoso esmero y pasión las obligaciones que nos atañen cada día, sin abandonar los ideales de superación que nos animan.
Y, por último, algo que conviene recordar siempre: el Estado y sus instituciones tienen el deber de servir al pueblo, y no al revés. Al Estado hay que exigirle, no adularlo; hay que enrostrarle sus desaciertos y falencias, no rendirle pleitesía por cumplir su obligación.
De acuerdo con la misma constitución estatal, la soberanía y el poder son potestad exclusiva del pueblo en su conjunto, que decide mediante el voto elector y manda desde las calles.
Editorial de REVISTA DE MANABÍ.
