Solo me atrevo a decir, tal vez con algo de atrevimiento, que sí queda claro que este hombre quería solventar un pasado para tejer un futuro para su pueblo.”

Por Víctor Arias Aroca *

Siempre es un problema hacer un panegírico. Puede ser que pegues en el centro y la gente admita que está bien destacar los valores de un hombre; pero puede verse como una forma de adulo y viene la confrontación.

Como hace tiempo pasé la frontera del buscapleitos, creo que bien vale la pena hacer la descripción de un ciudadano que ha dedicado su vida a fomentar el desarrollo de las gentes, desde su orilla como educador y periodista.

Joselías Sánchez Ramos. / FOTO remitida por V.A.A. / Manta

La orilla de los pensadores es la orilla alta del mar. Ellos viven en el acantilado y por eso viven en peligro. Sus creaciones o sus posiciones lo pueden hacer caer; en algunos casos puede morir.

Hablar en medio de lo que antes se llamó la sociedad de consumo (ahora llamada la sociedad de cristal) es bien fregado. El señor Agustín Laje habla de la sociedad de idiotas en que nos henos convertido de tanto no ser nosotros mismos y adaptar nuestro pensamiento a lo que viene de la tecnología. Es el neocolonialismo intelectual. Puede ser un poco la mentalidad woke.

En fin, todo libre pensador es un incomprendido. Le pasó a Jesús. Le pasó a Galileo. Le pasó a Bolívar. Le pasó al general Alfaro. Tener pensamiento propio, parece mentira, ahora es peor que antes. Si antes la Inquisición te declaraba hereje, o el Gobierno te hacía ejecutar, ahora en un solo mensaje de Instagram te cortan la cabeza, te dejan sin familia, te electrocutan, te encarcelan. Todo se ha vuelto delito en la sociedad de la inclusión.

Una mirada soberbia, o llamar gordo al gordo, es una conducta penalmente relevante, que es así como se llaman ahora los delitos, con el propósito manifiestamente nazi de que toda conducta humana pueda ser llevada a un tribunal.

Revisen bien y me darán la razón. No voy a entrar en el neo constitucionalismo, que es ya palabra mayor, pero las constituciones que siguen el sesgo de Sao Paolo, son cavernas oscuras de la que nadie sale indemne, ni siquiera sus creadores. Todos marchan como en el desfile.

Pero volvamos a la vida real. El lema de Joselías Sánchez es, según lo dicen sus páginas, ‘soy la vida hasta que muera’. No sé si este hombre es la vida o la muerte, pero entiendo perfectamente lo que propone.

Ser vida es crear luz en medio de las tinieblas. A mí nadie me quita que este man es el iniciador de la manteñidad. Es decir, se puso a indagar y a encontrar una explicación histórica a nuestra esencia.

Mientras los conventillos de los intelectuales hurgaban en el pus de la identidad, Joselías Sánchez encontró una explicación para la raza chola. Y le dio forma, sentido y una base histórica.

Los manteños de élite que surgieron a partir de 1950 y se convirtieron en grandes exportadores de café y cacao, no tuvieron tiempo para fomentar la historia; ellos andaban muy atareados creando un comercio nuevo, que es con el cual Manta se incorpora al mundo mercantil. Más tarde la pesca industrial también pone a Manta en la estrella del mundo.

Trataré un poco de explicar esto. Fue Joselías Sánchez el primero en nuestro medio en vincular las aventuras del gran Francisco Pizarro antes de la conquista del Perú. Refiere que el encuentro de los navegantes españoles, capitaneados por Pizarro, con los tripulantes de una balsa manteña, se produjo en 1526 en las afueras del mar de Manta.

Esto sí opera en la historia, ya que Pizarro andaba indagando, husmeando y curioseando, desde 1524, por las costas al sur de Panamá. El episodio de la Isla del Gallo, de donde descienden ‘los trece de la fama’, es de mayo de 1527. Por lo tanto el dato es exacto.

Ese habría sido el primer contacto de los conquistadores españoles con las tribus que habitaban al sur del Cabo Pasado en la costa ecuatoriana. Es por ello que Bartolomé Ruiz, escriba de la reina, informa de las grandes balsas construidas entre Puerto Viejo y Salango. Y estos registros quedan en España, en el instante en que Pizarro regresa a España a firmar las capitulaciones en que, el reino, le otorga el diez por ciento de los tesoros que encontrara allende el mar.

Es decir que España siempre supo que los aborígenes manteños -y siguiendo la línea costera hasta el Cusco, no estaba claro, pero se podía deducir- que eran ricos; que no eran cualquier cosa y que detrás de ellos había una gran civilización que dominaba la navegación.

Así que si de historia se trata, los manteños son riquísimos. Está demostrado que los incas, a través del emperador Tupac Yupanqui, llegaron a Manta (al parecer en 1480) mucho antes del descubrimiento de América. Las embarcaciones con que el emperador inca inició la expedición Kon Tiki que llegó a Polinesia -si fue cierta como lo confirma la expedición de Thor Hayerdhal-, se realizó en balsas manteñas.

Así, hurgando y comiendo libros, así llegó Joselías a sus ochenta años, influido de alegría infinita y contagiando de emociones a todos. Este hombre es un iluminado. Por él tenemos identidad.

Ya no seamos egoístas como fuimos en los años ochenta, hay que reconocer a los que nos han compartido su luz para hacer menos oscura la vida. Sin ellos, hace tiempo que nos hubieran apagado la luz.

Cuando él hablaba, parecía que volaba; de él aprendimos a hablar Fidel Pazmiño y yo. También de los maestros Burau, Escandón y Aguilera, y de la maestra María Antonieta, entre otros.

En junio del año 2010, Joselías publica un sorprendente estudio denominado La Visión Cósmica de la Cultura Manteña o el arte de la Memoria. Allí desencadena una serie de elementos históricos que posicionan a Manta entre las ciudades con un pasado grandioso.

El encuentro entre Bartolomé Ruiz con los manteños, cono hemos dicho, citando a Juan de Sámanos que es un cronista de reconocida solvencia, Joselías lo describe con pelos y señales.

También hay referencias fundamentales al culto a la diosa Umiña, el dominio del mar en todo el litoral pacífico desde México hasta Chile, ejercido por los manteños antes de la llegada de los conquistadores, y la silla manteña como símbolo del gobierno autónomo que ejercía el cacique.

Agrega: «Navegación y comercio en las costas del Océano Pacifico, desde México hasta Chile.  Para navegar tienen su balsa manteña que sorprende a los navegantes españoles. Estas embarcaciones usan velas de tela, tienen mástil, timón (guare); no tienen quilla, pero navegan en línea recta y soportan hasta 30 toneladas de mercancías, como observó Bartolomé Ruiz. La concha spondilus y las hachas de cobre son consideradas monedas de intercambio.»

A él le debemos haber conocido que, de cierto modo, los miembros de la Cultura Manteña eran políglotas, es decir que sus movimientos comerciales los obligaron a hablar varias lenguas. Es la evidencia de que se comunicaron con los huancavilcas y los indios de México. Ellos no hablaban quechua, pero lo aprendieron durante la expansión del Tahuantinsuyo que inició el gran Túpac Yupanqui, padre de Huayna Cápac y abuelo de Atahualpa.

Así que nos enfrentamos a una mega cultura señores. No lo han querido reconocer en el pasado, sin embargo hace unos pocos años llegaron a nuestras tierras unos estudiantes de las universidades españolas que confirmaron la teoría de que la manteña fue una colosal cultura americana.

En septiembre del año 2014 se publica un estudio llamado Hombres de Mar. Caciques de la Costa ecuatoriana en los inicios de la Época Colonial. Su autor es Luis Miguel Glave.

También, en 1995, aparece la investigación de la profesora Carmen Fauría Roma, denominada: El Grupo Manteño, proceso y desaparición.

Mención aparte es la constitución del Centro de Estudios y Cooperación para América Latina – CECAL, formado en 1996 en la Universidad Autónoma de Barcelona.

De este y otros aspectos hemos discutido bastante con Joselías Sánchez en el Comité Cívico de la Memoria Histórica, a propósito de la indagación que propone Manuel Gil sobre la fundación española de Manta, y la otra investigación de Leonardo Zavala.

Lo cierto es que Joselías Sánchez fue un adelantado del conocimiento histórico y etnográfico de Manta, abrió caminos que antes estaban vedados y fue el más importante promovedor de la investigación del señor Marshal Saville, desarrollada en 1905 en Manabi, y de quien procede haber divulgado por el mundo el emblema de la balsa manteña en la publicación de su libro que aún no hemos analizado a fondo, pero cuyos estudios deben estar guardados en el Instituto del Indio Americano que Shaville dirigió a principios del siglo XX en la Universidad de Columbia.

Es un poco la síntesis, desde la orilla del maestro, en que puedo descifrar el enigma de Joselías Sánchez.

El resto no lo puedo explicar. Nadie puede explicar cómo un hombre se puede enfrentar al dolor sublime de perder simultáneamente al hijo amado y a la hermana consentida. Convivir con el recuerdo del padre sanador y amar hasta el infinito a Cecilia.

Los esposos Cecilia Pinoargote y Joselías Sánchez. / FOTO remitida por V.A.A. / Manta

Esas son cosas que le pertenecen a la sociedad del futuro, cuyo nombre ya no será sociedad de cristal, pero Dios quiera que no llegue a llamarse la sociedad del olvido. La desmemoria es traicionera. Los pueblos que olvidan su pasado se convierten en zombies, en insepultos en busca del tiempo perdido.

Solo me atrevo a decir, tal vez con algo de atrevimiento, que sí queda claro que este hombre quería solventar un pasado para tejer un futuro para su pueblo. Sí. Tal vez no sea necesario descifrar el enigma, porque las evidencias hablan con voz propia.

Sánchez es uno de los gestores de la Empresa Eléctrica de Manta, concejal del Cantón Manta, iniciador del Colegio Manta, fundador de la Unión Nacional de Periodistas (UNP) de Manta, creador de la Escuela de Comunicación de la ULEAM (Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí), propulsor del Pueblo Cholo, inspirador de grupos y sociedades modernas en Manta.

Todo eso para que la ciudad pueda alcanzar sus metas y no detenerse ante nada y ante nadie; para “ascender sin peldaños de sangre” y entrar a los ochenta años con fuego en el corazón, el fuego de la diosa Umiña, ese fuego que Pizarro oteó desde el mar y le dio miedo.

* Víctor Arias Aroca, nacido y residente en la ciudad de Manta (Ecuador), es doctor en Jurisprudencia. Diplomado en Derecho Constitucional por la Universidad Pública de El Alto – UPEA (Bolivia), y por el Instituto Latinoamericano de Investigación y Capacitación Jurídica – Latin Iuris (México). Su e-mail: corporacionarias@gmail.com