El resumen histórico de lo que es la provincia de Manabí (Ecuador), elaborado por el escritor Víctor Arias Aroca en base a su reciente Enciclopedia de Manabí, prosigue en esta tercera parte con la agonía del libertador Simón Bolívar, precursor de la República ecuatoriana, la traición de la que él fue objeto, y la truculenta gestión de los primeros gobiernos que tuvo nuestro país.
Por Víctor Arias Aroca *
Machacando en el tiempo

QUEDA claro que tras la emisión del decreto dictado por el Consejo General de la Gran Colombia, que era en realidad el parlamento de la República fundada por el libertador, Simón Bolívar estaba seguro en 1824 que la Gran Colombia iba a durar para siempre.
Pero empezó a sentir que su democracia tambaleaba cuando, en la mitad de la noche septembrina, es decir el 25 de septiembre de 1828, hizo su aparición la serpiente de la traición. Solo una quiteña valiente como Manuela Sáenz pudo salvar al presidente de una muerte segura.
Ya para 1830, agobiado por la tuberculosis y abandonado por los altos mandos, empezó su retiro por el Río Magdalena hasta la finca de San Pedro Alejandrino, en Santa Martha (Colombia), donde el gran libertador alcanzó a decir: «Me tocó la misión del relámpago: alumbrar un instante el infinito y tornar a perderme en el vacío.” Se cerraba así el capítulo más glorioso de la historia de América.
El protagonismo de Manabí
Y aquí tiene gran protagonismo el Departamento del Sur, que es como llamaban al sector geográfico comprendido por Guayaquil, y lo que más tarde se llamarían Manabí y Esmeraldas. Desaparecida la Gran Colombia e instaurada la República del Ecuador, ya Manabí estaba en el mapa como fracción indiscutible de la nacionalidad ecuatoriana.
He allí la importancia del 25 de junio de 1824, ya que esa declaración otorga vida política a la provincia que siguió a Guayaquil en la declaración de independencia, que se había producido recién dos años antes.
Manabí en la República

Como hemos dicho antes, desde 1740 -un poco más, un poco menos- los miembros de la Misión Geodésica francesa empezaron a hablar de las tierras del Ecuador. Y así, con ese nombre, se inicia la República, de donde podemos concluir que La Condamine y Godín nos dejaron el más bello recuerdo, el nombre de nuestro país, y la gran herencia científica de la que hablamos en otro capítulo.
Ecuador, igual que otras nacientes repúblicas, empieza la truculenta vida política. Los primeros gobiernos tratan de poner orden, establecer el régimen constitucional inspirado en la proclama de Angostura que el libertador dejó escrita de su puño y letra, y formar un sistema judicial y educativo.
Todo era turbulento. Para colmo de males, algunos megalómanos se alzaron con el poder, y dictadores de la talla de Gabriel García Moreno, ilustrado pero temible, inauguraron gobiernos ultra conservadores que tratan de sostener el statu quo, es decir el régimen en que el poder dependía de la Iglesia y a ella le pertenecían los colegios, las universidades, los hospitales y cientos de haciendas. Se llama Concordato. Es la primacía de la Iglesia en las cosas del Gobierno.
El revolucionario Eloy Alfaro
Entonces Manabí vuelve a ser protagonista. Allí insurge el gran Eloy Alfaro. Fue cuando García Moreno ya había gobernado unos 4 años de los 15 que controló el poder en el Ecuador, que el joven rebelde manabita, natural de Montecristi, anuncia que se inicia la revolución.
En forma natural, al tomar al gobernador Francisco Javier Salazar, le expresa: «Dese preso en nombre de la Revolución«. Es lo que se lee en la colosal obra “Eloy Alfaro, Cien Facetas Históricas”, de Dumar Iglesias Mata, quien describe a cabalidad los sucesos de Colorado, que son el comienzo de la Revolución Liberal.
Manabí es tierra grande, tierra productiva; ya los grandes cacaotales y cafetales estaban en pleno apogeo y los puertos manabitas habían iniciado el comercio internacional. Alfaro enrumba y forma su ejército de montoneros.
En el camino se unirán los grandes liberales: Luis Vargas Torres, Roberto Andrade, José Peralta, Aníbal San Andrés Robledo, Manuel Serrano Renda, Luciano Coral, Ulpiano Páez, Nicolás Infante Díaz, y un héroe de leyenda: Pedro Jacinto Montero, “El tigre de BuluBulu”.
Es solo el principio. La revolución vendrá después. Para entrar de lleno en ella hay que esperar 31 años, hasta 1895, pero esa es una historia formidable. Ya llegaremos a ella (CONTINUARÁ).
* Víctor Arias Aroca es abogado de profesión y entusiasta investigador de la historia ecuatoriana. Reside en la ciudad de Manta, provincia de Manabí (Ecuador), y ocasionalmente comparte sus escritos con los lectores de REVISTA DE MANABÍ. Puede comunicarse con él a través del siguiente correo: corporacionarias@gmail.com
