Elegía escrita por Víctor Arias a propósito del reciente fallecimiento de Franklin Vicente Izurieta Gaviria, destacado jurista de Manabí que se hallaba ejerciendo la Dirección Provincial del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) en esta jurisdicción del Ecuador.

Por Víctor Arias Aroca *

Pocos como él han amado la política con decencia.

No se ha tomado su vocación como una catapulta. Él ya estaba catapultado por la recia mansedumbre de su conducta humana. Pocos mantienen, en el siglo de la locura, esa actitud de un caballero a carta cabal.

Es un verdadero reto, frente a la sociedad de cristal, mantener siempre esa actitud de hombre culto, refinado y capacitado.

Le encantaba mi poesía y por años repitió algunos de mis versos salvajes, y reímos juntos en decenas de encuentros. Pocos como él llegaron a la política sin insultar a nadie y ha podido cumplir sus sueños sin necesidad de desbarrancar la economía de las instituciones.

Ahora recuerdo una frase de Ángel Ganivet: «La bondad es la dimensión suprema de la inteligencia

No vamos a olvidar tu amplia sonrisa, ni ese modelo de ser un gran señor. Yo creo que le viene de su padre, otro señor, que evidenciaba los valores de la letra h: honra, honor e hidalguía.

Las leyes de la herencia son perfectas. Herencia es otra palabra que se escribe con h, igual que las cosas buenas de la vida (E. Jardiel Poncela).

Panchito Mendoza, Tonny González y Fidel Castro, que lo conocieron mejor que yo, saben perfectamente de qué estamos hablando.

Hace poco lo encontré, ya instalado en esa soberbia ubicación como director provincial del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, un cargo de responsabilidad y, sobre todo, de sensibilidad humana.

Respetado y considerado por sus colaboradores, pocos funcionarios logran ese grado de aceptación; pues, cuando figuras menguadas alcanzan un lugar, incluso de menor jerarquía, los absorbe la impudicia del engreimiento y los emborracha el humo subido.

A esta función es seguro que lo condujo su forma de hacer y asimilar la ciencia política, sumando amigos, creando buen ambiente y demostrando que se puede ser bueno en un clima rotundamente hostil, donde los malos se han adueñado del mundo.

Dijo presente en todas las convocatorias de la sociedad. Allí, cuando algunos ocultan sus caras o huyen despavoridos porque le temen al poder, Vicente Izurieta alzó su brazo de protesta junto a sus ciudadanos.

Y como generador de opinión, fue siempre hombre de consulta y de entrevistas, capaz de expresar con claridad sus ideas políticas y sus líneas maestras de la ley. Hablaba siempre con conocimiento, con convencimiento y propósito.

Lo hizo con pasión pero sin exaltarse; con vehemencia pero sin vocinglería; con firmeza pero sin descomponerse. Es una iluminación lograr ese equilibrio (yo soy un desastre). Y la multitud no perdona a aquellos que, aun sabiendo de lo que hablan, no pueden controlar alzar la voz.

Mi profesor de Código Civil, que fue el mismo de Vicente, insistía y persistía en las normas de comportamiento social del abogado, insistiendo y recalcando en la apariencia del buen decir y el buen vestir, como distinción del oficio.

Y recuerdo muy bien que pedía, el gran profesor, control sobre el desmadre de los profesionales que  empiezan a usar leontina de oro para presumir y fingirse importantes.

En cambio Vicente llegó a puestos estelares sin cambiar un milímetro de ser siempre él mismo. Ojalá el mundo supiera valorar lo que es ser auténtico. Ser uno mismo. Sin despersonalizarse por un puesto o por un ingreso.

Cuando se ejerce la representación del presidente de la República, que es en el fondo el cargo de gobernador, un ciudadano adquiere la representación de la masa, asume el poder como ejercicio de la democracia y, por lo tanto, ha llegado a una estación superior del universo político. No es cualquier cosa y, desde luego, desde la época de los gobiernos egipcios ya el faraón tenía un gobernador al que le encargaba las más altas tareas de la Administración.

Y si bien hoy esa función está un poco limitada por la ley, sigue siendo un honor representar al Gobierno. Y eso es lo que hizo Vicente, habiendo llegado al cargo de gobernador, bien formado y muy preparado, para no ser humillado por el que está arriba ni humillar al que está abajo.

Esa cosmovisión muy pocos aspirantes a gestores políticos logran adquirir y ejercer. Son de tan mala estirpe nuestros representantes clásicos, que algunos no han durado un mes en sus cargos y siempre se los ha ido llevando el viento del olvido.

El olvido es el castigo de la multitud para los sátrapas y los gaznápiros que llegaron a tener un metro de poder y se metieron en el lago de la mediocridad. Al gran general José de San Martín le atribuyen la frase: «La prepotencia es una discapacidad de pobres, infelices mortales que se encuentran de pronto con una miserable cuota de poder

La lección que nos deja Vicente Izurieta Gaviria es un pequeño tesoro. Un ejemplo para la posteridad. Una pequeña enciclopedia del buen servicio. La guía para ser un buen ciudadano. La mejor poesía, el mejor madrigal a ser un buen señor y un buen amigo.

Es la compensación a la agonía, a esta daga maldita que se siente en el corazón. Los hombres buenos no deberían morir. Hay angustia, hay rabia, hay furia, hay dolor; y te recuerdo, amigo, con un nudo en la garganta.

* Víctor Arias Aroca es abogado de profesión y entusiasta investigador de la historia ecuatoriana. Reside en la ciudad de Manta, provincia de Manabí (Ecuador), y ocasionalmente comparte sus escritos con los lectores de REVISTA DE MANABÍ. Puede comunicarse con él a través del siguiente correo: corporacionarias@gmail.com