La siguiente opinión cuestiona, de modo erudito y digno, la obscena simulación de un ahorcamiento humano en un escenario donde actuaban músicos ecuatorianos, sucedido durante las recientes fiestas populares por el aniversario fundacional de la ciudad de Quito.

Por Víctor Arias Aroca
La más bella manifestación de la cultura, que es el arte; no es, no puede ser mensajero de las tinieblas. El arte es luz, básicamente. Es la más alta expresión del espíritu y el pensamiento humano.
Qué bueno que haya sido así, porque las corrientes mundanas de la actualidad implican la aceptación de conceptos innaturales y sofismas macabros.
Lo malo no es la representación, porque gracias a Dios solo es un drama. Lo malo es la invocación a la muerte y reproducir la ejecución del presidente, pues hay un maniquí que lo simboliza en acto público, encarnando, precisamente, la violencia que enfrenta el Ecuador.
Bomba panfletaria
La utilización del arte como bomba panfletaria es un absurdo. Aristóteles pensaba que el arte proporciona placer y admiración. Decía que el arte es la dimensión suprema de la naturaleza. Es decir, el arte, de acuerdo con la visión aristotélica, iba encaminado a entregar felicidad. Así pensaba el filósofo del siglo IV antes de Cristo.
El arte, por lo tanto, es la escuela que enseña a ver el mundo como un lugar para vivir en plenitud. Su misión es ocupar el ocio y otorgar dicha. Esa, en definitiva, la definición que propone un pensador tan grande.
Pero eso no es todo, el asunto es que el arte es la exaltación. Y no solo la exaltación; es la belleza misma. Promueve la perfección, el ideal, la nobleza y los grandes valores que todos los escritores, desde Cervantes en adelante, proponen al mundo para hacerlo un lugar para habitar y poder ser felices. Esa es la propuesta básica del arte.
Sentimientos abyectos
Cuando llegaron los iconoclastas, primero y André Bretón propuso el manifiesto surrealista ya en los primeros años del siglo XX, el arte había cambiado. Llegó a enfocar sentimientos abyectos y defectos del pensamiento; pero nunca ha perdido su esencia, pues siempre el arte es la creación en busca de la excelencia y la belleza.
Es verdad que el arte, en todas sus vertientes, fue siempre una cerbatana para derribar paradigmas y un aliado de los pueblos para alcanzar sus más altos sueños.
Así, el pensamiento artístico se puso del lado del pueblo mexicano, en 1910, en tiempos de la revolución; y al lado del pueblo ruso, en 1919, en tiempos de la revolución bolchevique.
Pero nunca el arte ha perdido su esencia de buscar la perfección. Los que solo buscan revolución y no buscan perfección no son artistas, simplemente.
Lo contrario al absurdo
Pedro Jorge Vera, Nelson Estupiñán Bass y Jorge Enrique Adoum, lo más desarrollado de la literatura ecuatoriana del siglo XX, escritores militantes, nunca abandonaron sus principios creadores y la base estética para construir su narrativa y su poesía, igual que el fantástico, Euler Granda.
El teatro, probablemente la más poderosa de las herramientas del arte para conectar con el público en las diversas variables del género dramático, fue siempre crítico y contestatario de las sociedades corrompidas, poniendo en las tablas lo que la casta ocultaba. Se presentó siempre para representar los absurdos sociales y políticos, y movía multitudes.
Stanislavski, en el teatro ruso, llegó a perfeccionar las técnicas de representación de los actores y les creó el método de la interpretación perfecta. Se llamó la memoria afectiva. La idea original consistía en que el actor potencia sus propias emociones y sentimientos, para lograr la interpretación más real y más conmovedora.
Por ninguna parte aparece una teoría para ahorcar arlequines o llevar al patíbulo a los gobernantes, aun cuando fueran representados por un muñeco.
Propuesta grotesca
Pero, lo acontecido en Quito aparece como una propuesta grotesca y francamente desconectada de una protesta contra un gobierno. Es, en su contexto más visible, una invocación a la eliminación, a la muerte y a la ejecución. Una tontería macabra que además no produce ningún efecto en el gobernante.
Es la sociedad, y entre ella los sectores culturales, que impugnan una práctica insana del arte y una obra de teatro, peor si es de música bobalicona y siniestra.
Los actores de La Trinchera -los conozco muy bien-, orgullo nacional, con 45 años de historia, artistas del lado del pueblo, nunca se han visto inmiscuidos en escenas violentas que los alejen del arte dramático y, francamente, provoquen su perversión.
En otras palabras, el arte y la belleza son primero; las ideas políticas o politiquería van después.
En contra de la mediocridad
Miguel Donoso Pareja, revolucionario de los que no se destiñen, rojo de verdad, en la época del exilio y la cárcel, terminó aceptando que primero era la creación literaria y la perfección del verso y la narrativa. Los escritores protesta no pasan a la historia, decía.
Es cuestión de preguntarle a los narradores y poetas que salieron del taller de Donoso (Raúl Vallejo, Pedro Gil, Wilman Ordóñez, Jorge Martillo), para comprobar que el autor de Henry Black no abandonó sus criterios de rebeldía, pero se rebelaba ante la escritura mediocre. Yo lo escuché durante cinco años, y recuerdo muy bien sus arquetipos estéticos de la creación.
Teatro de la política
El arte griego tuvo como proclama hacer habitable el mundo a través de las leyes y la razón. Así lo fue en la escultura, pintura, poesía; en la comedia y la tragedia. Lo más excelso del alma humana. Una vez la música se unió con el teatro y nació la ópera.
Aprendan, señores; el arte es la búsqueda de la perfección. El buen artista debe llevar a la horca las ideas de los viejos actores del teatro de la política, que se alzaron con el santo y la taquilla. No hay que ensalzar las ideas de exterminio que, justamente, han conducido a la sociedad al abismo de la violencia.
Ahora bien, ¿el pensamiento político está en contradicción con la filosofía del arte? No. Solo que son caminos paralelos. Una cosa es el pensamiento artístico y otra cosa el pensamiento político. Pero es todavía peor entrar en el camino de convertir al arte en militante y tirar piedras.
Los hombres de arte tienen derecho a tener ideas políticas, claro que sí. Pero utilizar al arte para simbolizar la muerte, es impropio de pensadores y artistas.
Una cosa es ser satírico y otra ser ridículo. Esa no es la conducta propia de un músico o un actor que busca convertir al mundo en la habitación de gentes buenas y salir, candil en mano, igual que Diógenes, en busca del hombre.
V.A.A. NY. 07.12.2024.
