El ensayo narrativo que sigue colma de alabanzas la felicidad popular general, particularizando la del pueblo manabita concentrado en la ciudad de Portoviejo (Ecuador). Trasunta y elogia el arte pictórico mural de Ivo Uquillas, como una expresión genuina de alegría humana desbordada en los festejos públicos. Y, en el ínterin, rasga la vestidura de oropel que oculta la intención oportunista y perversa de los políticos ignaros.
Por Víctor Arias Aroca

«La felicidad es el fin último de la vida y el propósito más elevado de la existencia.»
Aristóteles.
Dios hizo el vino para que se diviertan los pueblos y canten alabanzas. El pueblo navajo y otras naciones indias bailaron la danza de la lluvia para que el cielo desatara el agua que hacía brotar los trigos.
El baile es la acrobacia de la multitud para engatusar a la tristeza, y la danza es la perfección del movimiento que surge de la alegría, que es un cromosoma secreto que tiene el alma del hombre para comunicarse con los dioses.
Dios, por lo tanto, es un Dios para la alegría. La creación en todas sus formas tiene música y poesía, que son la evidencia de que la felicidad es posible. Solo la desfachatez humana ha podido engendrar el poder como método para anular la alegría y desgraciar la vida de la gente.
Escritores y poetas describen el laberinto trágico de la sociedad idiotizada. Los escultores esculpían seres perfectos y los pintores trazaban paisajes de colores, incluso antes del Renacimiento, para contradecir al rey que estaba convencido que la multitud era ignara y que, por lo tanto, no le estaba permitida la alegría.
Por eso, cuando se alegra el pueblo entran en llanto esos insectos carnívoros que son la mayoría de los políticos, en especial aquellos que nunca estudiaron la ciencia política, pero se hicieron políticos y políticas a fuerza de ganarse unas chauchas, empeñados en hacer lodo el agua de la gente y amargarles la vida a las personas.
Son esos derrumba sueños que despiertan con el capricho de cagarle la vida a cinco personas antes de las diez de la mañana, porque si se la cagan a cuatro se arruina su destino de abominables empalitadores (palabra portuguesa que significa “infieles”) de anhelos y enterradores de esperanzas.
Por eso la alegría del pueblo es como la leche de Magnesia Philips para los engatusadores públicos, que entran en estado de agonía y se van de cuerpo solo porque no pueden ver feliz al pueblo.
Así que la alegría de la multitud los pone a desbucharse y a inventar nuevos métodos para hacer infeliz al pobre hombre de a pie, que lo único que tiene es ese pie para ponerse a bailar y hacer que la alegría del pobre dure para siempre; aunque ese para siempre culmine mañana. Pero eso no importa, porque la masa sabe regenerar la felicidad y se muere de la risa cada vez que, en la radio, la fauna política habla “huevada”, que es un idioma inventado por ellos para reemplazar a la mentira.
Ellos, claro, los politiquillos, casi todos ignorantes de alto calibre y ninguno de los cuales ha leído un libro (Es más, creen que Macondo es la capital de Colombia y que San Viritute la tiene chiquita), viven convencidos de que el ignorante es el pueblo; y están seguros de que volverán a ser elegidos, porque el pueblo está compuesto de gentes buenas que olvidan fácilmente las ofensas. Por eso van seguros a la otra elección; pero antes de la otra Navidad el pueblo los llamará para volver a hacer el nacimiento viviente, porque hace falta el “burrito sabanero”.
No se ponen de acuerdo los sociólogos. Tampoco los ideólogos. Peor los politólogos. Solo nosotros, los opinólogos, estamos de acuerdo en que el niño Dios es un bacán que vino en su “burrito sabanero” desde muy lejos, para traer algo de alegría a los olvidados de Dios padre todopoderoso.
Ya en mi barrio habían inventado el “en vivo”, diez años antes de que llegara la Internet, porque las señoras montaban un pesebre viviente y prestaban al niño más bonito para que hiciera de niño Dios.
Dicen que mi madre daba prestada mi presencia de niño para que me pusieran en el pesebre, ya que de pequeño tenía los ojos azules y el pelo rubio.
No lo sé, pero sí sé de música y alegría porque mi padre era un artista y crecí entre guitarras e intérpretes; en la misma casa en que vivió el pintor Alex Chávez y el pintor Carlos Catasse, y el olor a lienzo fresco se mantuvo perenne.
Así que viví un mundo de harta música y colores, y mi alma está hecha de muchos arco iris. Crecí en la alegría de la calle, conocí el baile de los pueblos, mi padre organizaba eventos y una vez contratamos los banquitos de San Eloy para un baile en Daule con Los Auténticos de Manabí, de Alex López, y la fiesta fue mágica.
Eran los tiempos en que Los Jockers habían puesto a moverse al Ecuador y desde Portoviejo la orquesta más completa del país llevaba la alegría por todas partes. ¡Y si no habías bailado con los Jockers, no habías bailado nunca!
Para los seguidores de Liga de Portoviejo, Teddy Benitez construyó “A la carga, Liga”; y Liga de Portoviejo alcanzó lugares estelares en el deporte nacional.
Es decir, siempre la alegría está en el alma del pueblo a pesar de todo, y pocas veces debilita su corazón.
Medardo Luzuriaga (Fundador, ya fallecido, de la Orquesta Don Medardo y sus Players) me contó una vez que en Manabí habita la gente más alegre del mundo y que su orquesta no habría existido sin las fiestas manabitas.
En el epígrafe de “El amor en los tiempos del cólera”, García Márquez pone un verso que corresponde a un alegre vallenato: «en adelanto van esos lugares, porque tienen su diosa coronada.» (LEANDRO DIAZ).
La alegría alcanza la dimensión de las estrellas, y el pintor ecuatoriano Ivo Uquillas -además escultor, cantor y viajero impenitente, ahora en exilio involuntario en NY- alcanzó el cielo con la mano cuando se le ocurrió pintar la alegría del pueblo como modelo de vida, de cultura, de desarrollo.

El egregio mural que se mantiene en el Paseo Shopping de Portoviejo no es solo la representación de la imagen, pues al subir la escalinata se pega el trucuplá (variante musical) de Jorge Vélez y la voz de Pepe Cobos, como si habitara la música en esa pared que ahora cobra vida no solo por el bombo del panita Paredes y el gorro de César Maquilón, sino porque esa es la auténtica fiesta que la religiosidad del pueblo trocó en felicidad.
Se trataría de la fiesta que la virgen volvió en baile, jarana y chicha de la buena, de esa que toman los dioses, que son ellos los que se emborrachan de amor y de esperanza.
Ellos son los soñadores que forman las ciudades, los del barrio, los que se sacan la camisa antes de entrar a la casa; los que saben de buen cocolón y buenas jebas (mujeres); los que saben de memoria las canciones de Roberto Calero, Máximo Escaleras, Jorge Cristóbal Ballesteros y Miguel Vélez; los poemas de Vicente Amador Flor, Tonny Touma, Galo Barcia, Carlos Ardila y Vicenta Alarcón Castro, (las portovejenses crecieron amando en secreto a Wadía Lawando).
Los que te abrazan en la Noche Buena, con ese abrazo real con aliento a currincho (licor primario), amor del bueno, amor verdadero, amor de pueblo; ese mismo pueblo que seguía al niño Dios de Belén, el de la diosa coronada.
Ese mismo pueblo que Ivo Uquillas ha querido llevar a las estrellas. Ese que desde que existe el mural en Manabí se ha puesto a bailar para toda la vida.
¡Es la fiesta de los dioses!
