TUVE pocas oportunidades de platicar con él, pero en cada ocasión me impresionó su talante despreocupado, su sonrisa fácil y espontánea, su pensamiento lúcido y sus ideas sencillas acerca de la convivencia armoniosa del hombre con la naturaleza, tema que le apasionaba y trataba de plasmar en sus creaciones de arquitecto.

Alfredo del Salto Bello pensaba que la humanidad necesita estar más cerca de la pureza que hay en cada cosa de la naturaleza y aproximarse menos a las creaciones humanas que desentonan. Creía que la gente podía encontrar mejor comodidad y placer en espacios simples rodeados de texturas y colores libres de modificaciones artificiales. Y predicaba con el ejemplo, porque así era el espacio que él ocupaba para dar vuelo a su imaginación y crear sus diseños, que conocí alguna vez.

Sus ideas las transmitió a la juventud que seguía sus clases en la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (ULEAM) y a toda persona que tenía la oportunidad de dialogar con él.

Era un conversador informado y atento, que agradaba por su temperamento cordial; pero que asimismo entusiasmaba por la defensa ardorosa de sus ideas. Siempre me pareció un ciudadano de bien: culto, honesto, espontáneo, caballeroso y leal. Es así como lo tengo en mis pensamientos.

Su fallecimiento reciente me entristece y hago votos para que nuestro Sumo Hacedor acoja su espíritu en el Reino de los reinos, le perdone los errores que como ser humano haya cometido y le conceda la paz y el descanso eterno que merece. Y que a los familiares que le sobreviven les provea de sabiduría y fortaleza para sobrellevar con dignidad el pesar que les aflige.

José Risco Intriago

FOTO: La sonrisa fácil que caracterizó siempre a Alfredo del Salto Bello (Tomada de Facebook).
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