Por David Ramírez* / Nueva York / 14-04-2021
Si su solo nombre sabía a narrativa, ya su presencia evocaba poesía, porque como maestra de literatura tenía esa insigne vocación en la sangre y, como semilla fértil, su legado queda esparcido y habla por sí solo. Sus pupilos la llamábamos María Antonieta, que más que una irreverencia, fue y será siempre un signo de reconocimiento a la majestad de su intelecto.
Para la formalidad interna del glorioso “Cinco de Junio”, era la licenciada María Antonieta Arellano de Andrade, una de las más preclaras educadoras que haya tenido esa institución en su historia. Este miércoles 14 de abril cumplió su ciclo vital entre nosotros y ante ella nos postramos reverentes por su extensa obra educativa, que queda como testimonio a través de varias generaciones de cinquinos.
Físicamente ha partido, pero en retrospectiva me parece verla entrar con el apacible semblante que la distinguía, en cada tarde, allá en nuestras aulas cuando empezaba su magistral cátedra de literatura universal, aquella con la que, en el umbral de nuestra ávida adolescencia, nos hiciera descubrir la maestría de Miguel de Cervantes, el universo poético de Gustavo Adolfo Bécquer y Rubén Darío, la sensibilidad en la prosa de Azorín y Juan Ramón Jiménez, pasando por Balzac, Stendhal y Flaubert, los tres grandes novelistas del realismo europeo, hasta desembocar en los exponentes centrales del boom latinoamericano: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes.

María Antonieta pervive entre nosotros porque somos de su hechura. Fuimos fraguados como reflejo de su sapiencia, la cual sabía prodigar con la misma paciencia con la que las madres modelan a sus hijos. Y en el fondo, a quienes la vida nos premió con ser sus alumnos, tuvimos el privilegio de contar no solo con una maestra sino con una mentora, cuyo apostolado fue plantar los cimientos de futuros profesionales comprometidos con las letras y la sensibilidad social. Algunos periodistas, abogados, escritores, realizadores de cine y teatro, no tendríamos el nivel que alcanzamos si no fuera por la abnegación con que María Antonieta hacía que amáramos la literatura y nos regocijáramos con la sensibilidad creativa del Hombre a través del arte.

Por ello su partida nos aflige. A mi particularmente me abruma no haberla podido ver y abrazar como hubiese querido en los últimos años, pero recuerdo el brillo de felicidad de sus ojos cuando le confesé, alguna vez, cómo ella había marcado el rumbo que había tomado mi vida a través del periodismo.
El “Cinco de Junio” fue la cuna de nuestra formación gracias a que siempre contó con una pléyade de maestros de la talla de María Antonieta. Descansa en paz, maestra y madre.
* David Ramírez, periodista manabita (Ecuador) radicado en Nueva York, Estados Unidos, escribe con frecuencia para quienes hacemos y leemos REVISTA DE MANABÍ.