Los días previos fueron de intenso trajín, con la gente haciendo los preparativos de la Nochevieja, que incluyó un concurso público de monigotes, baile, profusión de juegos pirotécnicos, la quema de los muñecos y la cena familiar o de grupos de familias.
En los preparativos la gente hacía compras de vestuario nuevo, accesorios y perfumes; adquiría alimentos y bebidas especiales para la celebración; obtenía monigotes y pirotecnia para la gran quema de medianoche; organizaba el baile; y, al mismo tiempo, se daba tiempo para llamar a familiares y amigos, o comunicarse por las redes sociales de Internet, con el fin de expresar la felicitación ocasional.
Pero eso únicamente entre las personas con medios monetarios para semejante derroche, porque hay muchas familias que no tienen otra opción que reunirse llanamente a conversar y quizás escuchar música por radio; y no pocos solitarios para quienes la Nochevieja transcurrió entre ver un poco de televisión y acostarse temprano.
Otro mundo es el de los enfermos, los privados de libertad, los indigentes y más excluidos. Y, cómo no, el de quienes pasaron trabajando (salubristas, policías, bomberos, electricistas, operadores de telecomunicaciones, transportistas, cocineros, meseros, hospederos, etc.) para que los demás se divirtieran.
Bailes, monigotes y cenas
El sábado 30 de diciembre hubo, en el Malecón Escénico de la Playa El Murciélago, una Fiesta Blanca organizada en conjunto por la Administración municipal y la Autoridad Portuaria de Manta, para que el público pasara la primera parte de la noche farreando con la animación musical de los grupos Ají Ligero y Tayrona, cuya actuación duró más de cinco horas.
El cuasi centenario Diario El Mercurio volvió a reeditar su tradicional concurso de años viejos, cuyos autores los exhiben repartidos en diversos barrios de la ciudad para que el público los admire antes de que el fuego los consuma. Este evento permite descubrir el cada vez más refinado ingenio de los diseñadores y constructores de los monigotes, algunos una verdadera obra maestra de escultura y representación dramática. La exposición atrae a miles de espectadores.
En casi todos los barrios de la ciudad, grupos de moradores adquieren monigotes en la feria temática -ubicada esta vez en un lugar próximo al nuevo terminal terrestre- y alertan de su presencia y posterior quema, haciendo estallar los clásicos petardos y numerosos juegos pirotécnicos que contribuyen a iluminar y embellecer la noche.

Cuando llega la hora cero del nuevo año, generalmente se brinda una cena con pavo, cerdo o pollo en la mayoría de hogares. También hay cenas colectivas con rango de exclusividad, más elaboradas y costosas, como las que se sirven tradicionalmente en el Manta Yacht Club y los hoteles más renombrados de la urbe porteña.
Los viajeros y el hospedaje
Según el Municipio, miles de turistas llegaron a la ciudad para recibir el nuevo año en las playas. El Terminal Terrestre Luis Valdivieso Morán registró más de 87.000 pasajeros que ingresaron durante el feriado, mientras que la directora encargada del Departamento municipal de Turismo, Daniela Delgado, estima que la ocupación hotelera alcanzó un 90%.
Ricardo Ferri, gerente del Hotel Oro Verde Manta, indicó que este feriado de año nuevo fue el mejor en estos últimos tres años.
Palabras de turistas
Gregorio Hormaza, turista de Quito, expresó: “Hemos pasado una semana aquí; pasamos el feriado de fin de año y realmente estamos impresionados por el crecimiento, la gente, la gastronomía; sus playas muy lindas. Hemos pasado verdaderamente una semana muy agradable”.
Y a renglón seguido añadió: “Vengo a los 10 años y es un cambio impresionante. La parte inmobiliaria es realmente impactante y ahora es una ciudad que ofrece muchas alternativas: gastronómicas, hoteleras; muchas cosas que hacer y realmente estoy impresionado por el cambio”.
Carlos Rivadeneira, turista de la Sierra, también resaltó lo bonita que está la ciudad. “Manta es una ciudad, no es (solamente) un balneario. Tiene muchísimo potencial, una gran infraestructura hotelera, un centro comercial que ni en Quito hay”.