Autor: Horacio Hidrovo Peñaherrera (2004)
No hay fiesta más grande que poder gritar hasta que se rompan las palabras y decir: Soy manabita.
El grito suena como la voz del mar enfurecido, o como una tempestad en el vientre de una montaña. Y es como afirmar: soy cholo, soy montuvio.
El cholo habla como las olas cuando tejen alfombras de espumas sobre la playa; mira como el faro en una noche total; tiene la altivez de los mástiles cuando besan la frente del cielo. El cholo duerme hilvanando sueños de gaviotas y es protagonista de la más audaz acrobacia.
El montuvio conversa como los cañaverales cuando se apaga la tarde; canta como los amaneceres y persigue la estatura de las garzas cuando revisan la majestad de los cerros.
El cholo tiene una distancia de redes; siempre se va y duerme sobre el lecho del mar; lo despierta una danza de remos.
El montuvio teje la palabra mirando el entorno, por eso dice: “hayga”, “mismamente”, “cuanti más rápido”, “cuanti más mejor”.
El cholo derriba horizontes, juega con las estrellas, patina sobre las pistas del mar; en sus sueños hace compras en las tiendas de la Luna.
El montuvio construye la feria de los pueblos y las decora con alforjas y sombreros; añeja la guitarra para que suene más bella. El montubio entona el himno a la cosecha.
El cholo zurce su nostalgia cuando ya no puede regresar al mar y siente que todas las tardes el sol le apaga las pupilas.
El montuvio enciende con su voz el camino real, y a la hora de la oración, conversa con los compadres.
El cholo suspende sus miradas en el cerro Montecristi, y sobre escamas de peces, pinta acuarelas.
El montuvio enamora con décimas y se planta con su guitarra junto a la cerca de la mujer amada.
El cholo escarba el vientre del mar y a veces se queda para siempre en una tumba de caracoles. El cholo sabe que en la playa lo espera una manta enlutada.
El montuvio se hizo montonero y se marchó con el General a ganar la Revolución de Junio; blandeó el machete y muchas veces dejó el honor en lo hondo de una quebrada. El cholo venció las tempestades, y cuando no regresó, el mar se tapizó de flores.
El montuvio cruza en su corcel lo alto de la montaña y en las noches azules descuelga luceros. Poeta maravilloso el montubio.
El cholo cree en el mar y en sus designios; el montubio, en el duende y sus maldades; el llanto del cholo es compungido; amarra los recuerdos pronunciando el nombre de sus seres queridos; el montuvio cree que el finado regresa en la última noche del velorio, por eso escucha la voz del cafetal; para el cholo el mar es su universo, lo contempla desde su ventanal de viento; para el montuvio el río es su amigo de confianza, por eso cuando lo ensucian, arregla la alforja y se va a la ciudad.
Cholo. Pueblo indómito, barro curtido, sol que desangra, zanjas en la frente; siempre amaneció junto al canto del mar; danza de canoa, plasticidad de cintura; mural de atardeceres; montuvio, pueblo mágico, alforja llena de esperanzas, despierta con el canto de los gallos.
Cholos y montuvios, banderas a todo viento, protagonistas del gran estallido por la libertad.
El mar será siempre del cholo, el mar y sus peces; los mástiles y las redes; los faros, las chalupas, los horizontes azules.
La tierra será siempre del montuvio, la tierra, la semilla y la cosecha; el espeque, el machete y el garabato; la montaña y sus sonidos.
No hay fiesta más grande que poder gritar hasta que se rompan las palabras y decir: Soy manabita. (Fin)