Toda madre merece respeto y admiración por gestar y alumbrar vidas nuevas; y, las que educan a sus hijos para que sean ciudadanos de bien, merecen la gloria infinita.
Lo más sublime y valioso de una madre, aparte del acto biológico de la maternidad, es su predisposición a formar a sus hijos para que vivan con decoro y dignidad a pesar de los sufrimientos que el destino pudiera depararles.
Nada hay más meritorio, que una madre forje para sus hijos la oportunidad de que crezcan y se desarrollen físicamente saludables y espiritualmente bondadosos. En la salud y la bondad están las claves para una vida plena y satisfactoria.
La madre que obra esto con sus hijos, contribuye enormemente a la convivencia productiva y armoniosa de la sociedad, base ineluctable para la prosperidad económica y el desarrollo humano de los pueblos.
Son las personas formadas en la virtud, sabias y fuertes, las que pueden superar sus defectos y fortalecerse para enfrentar sin temores los desafíos de la existencia humana. Ellas son las que triunfan y viven para contarlo.

- Como un homenaje debido al espíritu de mi madre, doña Bertha Luciana Intriago Cedeño, de una familia prominente de la ciudad de Chone (Manabí, Ecuador) a principios del siglo XX. Educadora privada, fiel creyente en los designios divinos del Sumo Hacedor del universo, moralista, bondadosa, conversadora amena y MADRE (con mayúsculas).