“(…) con esa imagen emblemática provocó que a algunos se les ocurra la peregrina idea de postularlo a la presidencia de la República, a lo que el buen don Alfonso no les paró la más mínima bola, porque él ya era el mandatario de los ciudadanos a los que presidía con las noticias.”

Por Víctor Arias Aroca *
Sí. Él fue el primero en su modalidad. Apareció en la televisión en blanco y negro de los años 60. Siempre formal, serio y suavilocuo. El país empezó a respetarlo desde sus inicios.
Desde luego, en los tiempos de fronda nadie pensaba que este joven iba a representar un sistema de comunicación que se mantuvo medio siglo. El país entero se habituó a él.
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Digan lo que digan, pobres y ricos, grandes y chicos, gentes de a pie y gentes principales caían rendidos ante él a las 8 de la noche, porque él era el más informado y el más documentado del Ecuador.
Así fue. En el fondo era el reconocimiento de la nación a su talento. Y su voz, esa voz un tanto fría pero firme -bien timbrada, desde luego- empezó a recorrer los caminos invisibles que llegan a todas partes.
Y apareció en series, en novelas, en radio novelas, en propagandas radiales y de las otras, en escenarios y en micrófonos; y se fue haciendo grande como una invasión de tarabundas que a todos implicaba y arrastraba sigilosamente, porque esa voz era el hilo conductor de la opinión general, que la multitud seguía con denuedo (Esa es la misma voz con que el señor Espinoza acaba de aparecer haciendo el doblaje en una serie del cine mundial).

Era la magia de la televisión y el innegable carisma de Alfonso Espinoza de los Monteros, que no ha necesitado de acciones rimbombantes, ni escándalos de farándula, ni títulos altisonantes, para haberse convertido en símbolo de una nación informada.
En aquellos años no era posible cuantificar la sintonía y el rating, pero quedaba claro que él era el número uno. No había taco para Alfonso Espinoza, porque se convirtió en el personaje clave de su medio y a quien todos esperaban para iniciar el informativo, estando seguros que -sin él- el programa no proyectaba la misma luz.
Claro que eran otros tiempos. La radio mandaba y la televisión atrapaba. Los niños del barrio teníamos que pagar 20 centavos para ver una serie en el televisor blanco y negro de la vecina.
Era la época de Daktari, Combate, Maya, Superman; y después la Hechizada, Mi Bella Genio, Arnold y Mis Adorables Sobrinos. Y, en los años 80 y 90, Siempre en Domingo y 300 millones, los programas de artistas más influyentes en el mundo de la música, sin olvidar a don Francisco y Sábado Gigante.
Juro que de niño estuve en el set de Telesistema (edificio de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas) en el programa Travesuras Infantiles.
Ya en Manta, en los 70, operaba Canal 4 de Manabí cuyo director era el señor Pedro Vincent Bowen. Algún hechizo me llevó por los canales de televisión, hasta que amaneció el siglo XXI y estuve 20 años como presentador y entrevistador en Televisión Manabita, canal 30, siguiendo el ejemplo de señor del canal del cerro, que había seguido desde niño y de quien muchos aprendimos a vocalizar los fonemas, a organizar las ideas, y a dibujar el mundo a través de las palabras.

La televisión lo era todo, señores. Era el tiempo de los Beatles y los Rollings Stones, que la radio y la televisión convirtieron en dioses. En el Ecuador arrasaban con la multitud: Los Corvets, La Biblia, Los Ranas, Los Errantes, Las Almas Negras y Las Panteras Blancas.
Es también la estación en que la balada incendiaba corazones y los románticos se habían adueñado de los más grandes festivales de música, como son aún: Viña del Mar y San Remo, que tienen más de 60 años en escena.
Por esos escenarios se pasearon Raphael, Julio Iglesias, Camilo Sesto, Salvatore Adamo, Nicola Di Bari, Sandro, el Greco, Palito Ortega, Juan Bau, Facundo Cabral, Baddy Richard, Braulio, Leonardo Favio, Silvana di Lorenzo, Hilda Murillo, Raúl Vásquez, Elio Roca, y Tormenta.
Entonces los presidentes de la República eran obligados visitantes del set de televisión, y Ecuavisa -que había sido el pionero en montar un programa de noticias fijo y estructurado- era el favorito.
Por eso Espinoza de los Monteros se dio el lujo de entrevistar, desde el siglo pasado, a los presidentes Velasco Ibarra, Carlos Julio Arosemena, Jaime Roldós, León Febres Cordero, Rodrigo Borja, Sixto Durán Ballén, Abdalá Bucaram, Lucio Gutiérrez; hasta alcanzar la dimensión de estrella mundial, reconocido por la empresa Guinness como un récord mundial, es decir el único del mundo en mantenerse 50 años en la pantalla, con ese nivel de influencia que pocos denigran y todos admiran.

Fue también el tiempo en que los congresos estaban integrados por gente ilustrada, del nivel de Juan Tama Márquez, Juan Manuel Real, Otto Arosemena Gómez, Raúl Baca Carbo, Marco Proaño Maya, Elba Gonzáles, Danilo Rosero, Rodrigo Borja, Tito Nilton Mendoza, Pablo Dávalos Dillon, Jorge Moreno Ordóñez, Cleómedes Ollague, Manuel Córdova Galarza, Rafael de la Cadena, Alberto Dahik Garzozi, Medardo Mora y Raúl Clemente Huerta. Y, siempre, Alfonso Espinoza estuvo a la altura del debate con parlamentarios que sabían lo que hablaban, sabían lo que hacían, y no se veía esos que no saben pronunciar las palabras ni redactar un texto.
Solo un tiempo, en que la democracia fue pasada por alto, una porción del despotismo de América empezó a denigrar y vilipendiar a los periodistas y a los medios, a los que acusaron de parcializarse con la oligarquía y de aliarse con la mentira.
Deleznable argumento que va quedando atrás, pero en todo ese tiempo nadie ha dejado de reconocer el talento y la persistencia de un comunicador que resultó un paradigma y que, incluso, con esa imagen emblemática provocó que a algunos se les ocurra la peregrina idea de postularlo a la presidencia de la República, a lo que el buen don Alfonso no les paró la más mínima bola, porque él ya era el mandatario de los ciudadanos a los que presidía con las noticias.
Y por eso siempre (y así lo reconocen los que sí y los que no quieren reconocerlo, que son pocos) es un aliado de las multitudes, porque él fue el primero en estar junto al Ecuador en momentos de tragedia, informándole todo, como en la guerra del Cenepa, la revuelta del general Guillermo Rodríguez Lara; el terremoto de Manta, de abril 16 del 2016; la clausura de su propio canal y Radio Sucre; la quema de Teleamazonas, la toma de la casa en La Chala donde estuvo cautivo Nahím Isaías, y la inundación del Bulu Bulu.
Y también se alegró, junto a su audiencia, de la clasificación a un mundial de fútbol; del bicentenario de Quito, Luz de América; del mundial de natación; la medalla olímpica de Jefferson Pérez; el triunfo de Andrés Gómez en Roland Garros; y el título mil veces aplaudido de Jesús Fichamba en el festival mundial de la OTI.
Un comentario editorial de Espinoza sacudía la República por entero.
A mí me basta que a este hombre le guste la guitarra y la poesía, para saber que es diferente a los pelafustanes que inundan la politiquería.
Esa es la verdad. Por eso, hoy que un respetable hombre de 81 años, que es Alfonso Espinoza, anuncia su retiro definitivo de la televisión, tiembla mi corazón. Pienso en mi padre, que me dijo: “sigue a los que la gloria sigue”, y con un nudo en la garganta le rindo todo el honor que merece un gran señor.
* Víctor Arias Aroca, nacido y residente en la ciudad de Manta (Ecuador), es doctor en Jurisprudencia. Diplomado en Derecho Constitucional por la Universidad Pública de El Alto – UPEA (Bolivia), y por el Instituto Latinoamericano de Investigación y Capacitación Jurídica – Latin Iuris (México). Su e-mail: corporacionarias@gmail.com